miércoles, 16 de abril de 2014
Qué?
Tengo un secreto que es un poco ridículo:
Me da vértigo ponerme a pensar en lo relativo y subjetivo que es todo en relación a los pensamientos, el accionar y los sentimientos de las personas. Me hace sentir una control freak, pero me desespera pensar que cualquier cosa que piense o vea o sienta por una situación o una persona, esa persona lo puede percibir completamente diferente y, la mayor parte del tiempo, no tengo forma de saberlo.
Me da vértigo SABER el poder que tiene la mente de convencernos de algo que puede ser completamente irreal, sólo por el miedo o sólo por las ganas que tenemos de que sea real.
Acaso nunca vamos a poder saber realmente .... cómo son las cosas? Acaso nunca vamos a poder expresarnos lo suficientemente EXACTO para que la otra persona pueda percibirnos exactamente como queremos ser percibidos?
Escribo esto y ya estoy pensando en cómo lo va a percibir la persona que lo lee. Lo primero que pienso es: Es una obsesiva, está enferma. O... exagera demasiado. Le da mucha vuelta.
Ven?
Acaso soy la única que alguna vez sintió esa desesperación de pensar: Esto tiene que ser si o si así, esto es así porque YO lo siento así. Pero.... pero y si estoy equivocada? Y si yo lo siento así porque YO lo quiero sentir así y la realidad es completamente diferente, hasta posiblemente opuesta?
Y si estos pensamientos obsesivos los tengo porque no puedo no darle un cierre a las cosas? Existe "el cierre"? Acaso no es una ilusión? Por más explicito y claro que quede, no hay certeza de un cierre de nada. Ni siquiera muertos. Entonces por qué esa necesidad? Por qué le dedicamos tanta energía a eso, si al final del día es exactamente lo mismo. Te crees que encontrar respuestas te va a hacer sentir mejor? Para qué? Y si en realidad te hacen sentir peor?
Anoche dormí muy poco. Hace días que vengo inestable. Mejor me voy.
PD: No es la primera vez que termino algo que escribo con "mejor me voy". Me cansé de cansarme de mi misma.
jueves, 20 de febrero de 2014
17 de Diciembre.
Dejé al monstruo ganar, se cansó de tantas guerras perdidas después de estar acostumbrado a ganarlas todas. Odia las herramientas que desarrollé éste último tiempo para poder luchar contra el. Se cansó de que me ría en su cara. Y por primera vez, en mucho tiempo, ni siquiera le levante el escudo. Lo deje entrar, entró tirando todo lo que se le cruzaba por el camino. Imaginate, todas las ganas que venía acumulando, me paso por arriba y me golpeo contra el piso, disfrutando cada segundo. Y yo me dejé. No se bien por qué, porque estaba aburrida? Para sentir algo? Para probar con cuánta fuerza podía levantarme después? A veces me tengo tanto miedo.
Me enoje muchísimo porque todo lo que me estaba mostrando, desde el lugar en el que estaba, era real. Al punto que se volvió para mi una verdad absoluta y olvidé totalmente las herramientas que tenia. Olvidé que era un algo externo, que no nacía de mi esencia, sino del miedo. Me envolvió, me cubrió y me dejó ciega. Ya no había monstruo que me golpee. El monstruo era yo.
Me retorcí por un largo tiempo, gritando. Todo era oscuridad. Cuando son apoderados por el monstruo, mis pensamientos son más retorcidos, obsesivos y oscuros de lo normal. Tenía tanto frío y me sentía tan sola. Rasqué el piso, cavé para encontrar algo chiquito que me pueda sacar de ahí, que me reconecte conmigo para recuperar las herramientas y volver a ganar. Pero no había nada. Me arrastre por el piso, llegando a las paredes, que también traté de romper para liberarme. Sólo empeoraba. No encontraba nada que me salve, ningún alivio. El monstruo disfrutaba mis intentos fallidos, festejando, riendo. Consumiendo mi energía como si fuera su mayor droga y hubiera estado con abstinencia.
En medio de tanto ruido, cansada de buscar en el lugar equivocado, dejé de luchar y me tire al piso rendida. Respiré hondo. Tratando en plena lucha de encontrar un momento de paz, una luz adentro que me diga dónde tengo que ir para dar vuelta mi percepción y salvarme, para poder volver a luchar y ganarle. No encontraba nada. Nada. No tengo nada de dónde agarrarme. Qué hago ahora? Dame una herramienta. Lo mínimo. Tirame un salvavidas, por favor. Me siento tan demandante, y eso me hace sentir tan insegura y al mismo tiempo tan sola. Cuál gana?
Ninguno gana y ninguno tiene la culpa de nada. Lo demás no tiene importancia.
De repente, casi por arte de magia o del cosmos, que son lo mismo, recordé el último lugar en el que más fuerte me había sentido, en el que podía lograr lo que quería, el lugar en el que me llené de luz.
Tenía que volver ahí. Ese es mi lugar. Ahí me iba a encontrar con mi esencia e iba a poder correrle la cara al monstruo para frenarlo de que me siga lastimando. En ese lugar sé que voy a encontrar las fuerzas suficientes.
Volví.
Un poco desganada y confundida porque venía de la guerra, pero volví. Entré despacio, qué lugar tan cálido y pacifico, tan diferente al que estaba hace un minuto atrás.
Respiré aliviada.
Cerré los ojos y disfrute un rato de esa paz, aunque eventualmente iba a tener salir y volver a luchar con él, me dejé abrazar por la calidez, sentía que flotaba. Había encontrado lo que estaba buscando para la liberación absoluta. Rompí en llanto porque me reencontré conmigo, y todo lo que tengo, todo lo que estaba empezando a olvidar por culpa de dejarme ganar.
Lagrimas de emocion, porque sigue estando ahí. Toda mi fuerza. Porque sigo eligiendo darle lucha. Y por todo lo que me hace seguir eligiendolo.
Soy más fuerte de lo que pienso la mayor parte del tiempo. Qué fácil es, a veces, olvidarse de eso.
lunes, 2 de diciembre de 2013
2013 baja el telón.
Hay instantes en la vida de cada uno en los cuales, a raíz de un acontecimiento externo o de una crisis interna, se plantea el por qué de la propia vida, el qué pueda tener valor suficiente para hacerla interesante y la razón de ser de continuar luchando o, simplemente, existiendo.
Primero se fija uno en la vida de los demás. Quizá porque la vida de los otros —o sus defectos— nos son más fácilmente analizables que los nuestros propios. Y lo que acostumbramos a encontrarnos es unas existencias vulgares que discurren del trabajo a la cama y de la cama al trabajo.
Buscamos entonces qué es lo que puede dar sentido a nuestras vidas. Quizá cuando aun se es muy joven, una buena parte de ese sentido se encuentra en el compañerismo, en los amigos, en el gusto por la aventura, en el riesgo, en la acción política o hasta en el coqueteo; pero cuando se llega a cierta madurez y, sobre todo, cuando se procura actuar con una buena dosis de sinceridad para consigo mismo, muchos de esos motivos se derrumban. Son como el telón de un teatro que, al abrirse, deja ver un escenario desengalanado y vació. En muchos casos, el telón era de terciopelo con ribetes dorados y aquella juventud —aquel telón— prometía un espectáculo radiante, una existencia brillante: la sala del teatro estaba totalmente iluminada y los dorados brillaban prometiendo una velada inolvidable. Pero cuando el hombre se plantea la vida de forma definitiva es como si se abriera de repente el telón: el escenario está vacio y entonces el desencanto es total. La promesa y la ilusión que habíamos imaginado en la juventud desaparecen repentinamente y, en su lugar, sólo queda vulgaridad, esterilidad y, lo que es más frecuente, una buena dosis de añoranzas y aburrimiento. La mayoría de los jóvenes mueren así, cuando se acercan a la plenitud de la madurez, sin que lo que prometían haya podido florecer: se efectuá el tránsito rápido de la juventud a la vejez espiritual sin grados intermedios.
Es para huir de ese aburrimiento cabalgante, que el hombre no había conocido antes, cuando aun vivía para explorar, para aprender,cuando todo era nuevo, que el hombre maduro —la sombra del que fue joven— emprende casi todo lo que hace: en general, se casa para huir de su propia soledad y de su aburrimiento; trabaja jornadas enteras por costumbre, tanto para ganar más dinero como para no aburrirse; tiene hijos, se relaciona y llena su vida de cosas que, en el fondo —muy en el fondo, aunque él se niegue naturalmente a reconocerlo— lo que hacen es apartarlo de sí mismo, de su propio, cabalgante tedio.
Es entonces cuando uno se plantea en qué puede diferenciarse la propia vida de un tal planteamiento y qué puede haber que de sentido a la existencia. Y ese sentido que en vano buscamos no lo hallamos ni en el trabajo, ni en las relaciones sociales, ni en las luchas ni en los grupos políticos. A la corta o a la larga —según la inteligencia de cada cual— todo eso son vendas que van cayendo de los ojos. Luego le toca el turno a las ideologías: y también las ideologías, que tanto nos habían absorbido, caen de nuestros ojos dejando delante un panorama desolador, panorama de luchas, de enfrentamientos, de egoísmos, de vulgaridad y de mentira. Seguimos buscando y nada hallamos que valga la pena para volcarnos fuera de nosotros mismos... nosotros mismos ... Y entonces aparece la otra posibilidad, la nueva posibilidad: Nosotros mismos. Tal vez penetrando en nosotros mismos hallemos la seguridad que nos faltaba, tal vez acudiendo a nosotros en vez de huyendo de nosotros, tal vez afirmándonos en vez de negándonos, encontremos la razón de ser de un vivir que se había tornado vacio.
Nos asombramos entonces, cuando empezamos a excavar en esa inmensa masa negra que es nuestro propio yo, cuando empezamos a avanzar por ese espacio vacio, permanentemente oscuro, que había permanecido totalmente ignorado y que es nuestra propia alma, nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia, de la cantidad de nuevas vivencias de nuevas razones que van apareciendo.
Surge así de nosotros mismos, hombres decadentes, maduros, prematuramente envejecidos en una sociedad prematuramente envejecida, una nueva, poderosa razón.
Surge una nueva mentalidad, surge una nueva concepción del mundo: Y el nuevo centro de esa nueva mentalidad no está en lejanas hipótesis, en ejemplos de hombres que murieron hace cincuenta o dos mil años, en teorías que nunca se confirman, en ideas que nunca se realizan, en conceptos abstractos que carecen de forma real; el nuevo centro es nuestra propia inteligencia, nuestra sensibilidad, nuestra vida. Somos nosotros, y sólo nosotros, los que debemos justificarlo todo y dar sentido a todo lo que hacemos y decimos.
Un nuevo mundo se abre: hablamos el lenguaje de la naturaleza, hablamos el lenguaje de la sensibilidad, el lenguaje de la fuerza, el lenguaje de la existencia. Lejos de los convencionalismos de las sociedades de los hombres, decadentes y decrépitas, lejos de las ciudades grises repletas de hombres grises preocupados en amontonar billetes de tonos grises, nuestro lenguaje adquiere un profundo sentido, el sentido de nuestra propia naturaleza, el sentido de LA naturaleza.
De repente, como aquel Sigfrido que se marchara con la sangre del dragón que acaba de matar, entendemos el canto de los pájaros. El dragón es el mundo antiguno que ha muerto. De repente tienen sentido los murmullos de la selva, y las formas que las nubes adquieren en los cielos, y el dulce balanceo de las hojas en los árboles; de repente tiene sentido el sol y el mar. Comprendemos que nosotros somos parte de toda esa fuerza profunda e insondable, es más, comprendemos que nosotros somos ESA fuerza, y que la sangre que corre por nuestras venas es del mismo color que la savia que vivifica los árboles y que el agua que riega los campos, y que ahí, en ese único liquido que son todos ellos, está el germen de la vida, de la fuerza, de la existencia, de lo que ES. Comprendemos las sonrisas de nuestros hijos, comprendemos el valor de un sentimiento, y en el culto a nuestras vivencias, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestro propio cuerpo y a sus necesidades, hallamos el equilibrio, la paz y la seguridad que allá abajo, en las calles asfaltadas, los hombres se robaban unos a otros rodeados e un mundo artificial, un mundo que no existe y envueltos en una sociedad que, realmente, es mentira.
Queremos entonces desarrollar al máximo estas vivencias. No tenemos miedo: queremos llegar al fondo de ese pozo negro, queremos expresar esa seguridad en nosotros mismos, queremos plasmar nuestros cariños, nuestras pasiones, nuestro más profundo ser... pero sólo unos pocos tienen fuerza para expresarlo con validez universal. Y a esos pocos se les llama artistas. Y en ese mundo nuevo que hemos creado, ser artista es ser sumo hacedor, es tener la capacidad expresiva de los sentimientos supremos, es expresarse al unísono con la naturaleza, es tener su fuerza y su madurez, es tener su capacidad de ser eterno. Y así el nuevo artista adquiere el carácter de los sacerdotes del mundo antiguo y la religión de los nuevos tiempos se convierte en el sentido, en el culto a la naturaleza, a nuestra naturaleza. Y su rito es el arte.
Es el canto de Brangäne del II Acto del Tristán, que estoy escuchando mientras escribo estas líneas: Esa voz (¡Hay que vigilar! ¡Hay que vigilar!) y el tono de la misma son geniales porque parece que se respiran en la noche profunda, parece que salen de nuestra propia noche, parece que surgen del bosque, que sobrevuelan por encima de las copas de sus árboles, que expresan lo más profundo de la naturaleza, lo más profundo de la naturaleza humana. La música habla de la identificación del hombre con la tierra, con el aire, con el agua, la música habla de nuestra más profunda naturaleza. Y en esa profunda aspiración a lo más profundo, Tristán se encuentra solo, cara a cara con la nada, que es la esencia del mundo, de su mundo.
Llegados a este punto, nos detenemos en nuestras meditaciones. Volvemos la cabeza hacia atrás y miramos a los que nos siguen: Siguen hablando de negocios, de dinero, de partidos políticos, de grupos de presión, de copar ministerios, de organizar operaciones financieras y nos llaman para atraernos a sus filas, despertando en nosotros la ambición del poder. Y no pueden comprender que ya no hablamos el mismo lenguaje, que los coqueteos de la juventud, que las ilusiones y el vacío subsiguiente pasaron ya, que no necesitamos ya chapas ni de distintivos que colgar en el pecho para diferenciarnos de los demás, que nuestro esquema es, ya, otro, que el sistema en general y todo su montaje ha dejado de interesarnos. En suma, que para nosotros ellos han muerto y sus ciudades no son ya sino un inmenso camposanto, y que cada piso de esos gigantescos edificios, un nicho de esos igualmente gigantescos cementerios.
La diferencia entre todos ellos se ha difuminado en una pastosa masa intermedia: las izquierdas se han unido a las derechas, los banqueros a los socialistas, los sacerdotes a los paganos, y de toda esa amalgama ha surgido un nuevo ser, el gran hipócrita, el desvergonzado hipócrita de nuestro mundo moderno. Sólo una revolución que fuese contra el sistema, sólo una revolución que trajera al nuevo hombre que ha surgido de la naturaleza, con la fuerza de la naturaleza, con la mentalidad de la naturaleza, podría interesarnos. Y esa revolución no hablaría de urnas, ni se establecería en los parlamentos, como no se desarrollaría en las ciudades: Esa revolución hablaría de arte, y nacería al aire libre, entre el cielo y el mar, en absoluta libertad.
José Tordesillas.
No se nada de este tipo, pero entendía bastante de todo.
Primero se fija uno en la vida de los demás. Quizá porque la vida de los otros —o sus defectos— nos son más fácilmente analizables que los nuestros propios. Y lo que acostumbramos a encontrarnos es unas existencias vulgares que discurren del trabajo a la cama y de la cama al trabajo.
Buscamos entonces qué es lo que puede dar sentido a nuestras vidas. Quizá cuando aun se es muy joven, una buena parte de ese sentido se encuentra en el compañerismo, en los amigos, en el gusto por la aventura, en el riesgo, en la acción política o hasta en el coqueteo; pero cuando se llega a cierta madurez y, sobre todo, cuando se procura actuar con una buena dosis de sinceridad para consigo mismo, muchos de esos motivos se derrumban. Son como el telón de un teatro que, al abrirse, deja ver un escenario desengalanado y vació. En muchos casos, el telón era de terciopelo con ribetes dorados y aquella juventud —aquel telón— prometía un espectáculo radiante, una existencia brillante: la sala del teatro estaba totalmente iluminada y los dorados brillaban prometiendo una velada inolvidable. Pero cuando el hombre se plantea la vida de forma definitiva es como si se abriera de repente el telón: el escenario está vacio y entonces el desencanto es total. La promesa y la ilusión que habíamos imaginado en la juventud desaparecen repentinamente y, en su lugar, sólo queda vulgaridad, esterilidad y, lo que es más frecuente, una buena dosis de añoranzas y aburrimiento. La mayoría de los jóvenes mueren así, cuando se acercan a la plenitud de la madurez, sin que lo que prometían haya podido florecer: se efectuá el tránsito rápido de la juventud a la vejez espiritual sin grados intermedios.
Es para huir de ese aburrimiento cabalgante, que el hombre no había conocido antes, cuando aun vivía para explorar, para aprender,cuando todo era nuevo, que el hombre maduro —la sombra del que fue joven— emprende casi todo lo que hace: en general, se casa para huir de su propia soledad y de su aburrimiento; trabaja jornadas enteras por costumbre, tanto para ganar más dinero como para no aburrirse; tiene hijos, se relaciona y llena su vida de cosas que, en el fondo —muy en el fondo, aunque él se niegue naturalmente a reconocerlo— lo que hacen es apartarlo de sí mismo, de su propio, cabalgante tedio.
Es entonces cuando uno se plantea en qué puede diferenciarse la propia vida de un tal planteamiento y qué puede haber que de sentido a la existencia. Y ese sentido que en vano buscamos no lo hallamos ni en el trabajo, ni en las relaciones sociales, ni en las luchas ni en los grupos políticos. A la corta o a la larga —según la inteligencia de cada cual— todo eso son vendas que van cayendo de los ojos. Luego le toca el turno a las ideologías: y también las ideologías, que tanto nos habían absorbido, caen de nuestros ojos dejando delante un panorama desolador, panorama de luchas, de enfrentamientos, de egoísmos, de vulgaridad y de mentira. Seguimos buscando y nada hallamos que valga la pena para volcarnos fuera de nosotros mismos... nosotros mismos ... Y entonces aparece la otra posibilidad, la nueva posibilidad: Nosotros mismos. Tal vez penetrando en nosotros mismos hallemos la seguridad que nos faltaba, tal vez acudiendo a nosotros en vez de huyendo de nosotros, tal vez afirmándonos en vez de negándonos, encontremos la razón de ser de un vivir que se había tornado vacio.
Nos asombramos entonces, cuando empezamos a excavar en esa inmensa masa negra que es nuestro propio yo, cuando empezamos a avanzar por ese espacio vacio, permanentemente oscuro, que había permanecido totalmente ignorado y que es nuestra propia alma, nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia, de la cantidad de nuevas vivencias de nuevas razones que van apareciendo.
Surge así de nosotros mismos, hombres decadentes, maduros, prematuramente envejecidos en una sociedad prematuramente envejecida, una nueva, poderosa razón.
Surge una nueva mentalidad, surge una nueva concepción del mundo: Y el nuevo centro de esa nueva mentalidad no está en lejanas hipótesis, en ejemplos de hombres que murieron hace cincuenta o dos mil años, en teorías que nunca se confirman, en ideas que nunca se realizan, en conceptos abstractos que carecen de forma real; el nuevo centro es nuestra propia inteligencia, nuestra sensibilidad, nuestra vida. Somos nosotros, y sólo nosotros, los que debemos justificarlo todo y dar sentido a todo lo que hacemos y decimos.
Un nuevo mundo se abre: hablamos el lenguaje de la naturaleza, hablamos el lenguaje de la sensibilidad, el lenguaje de la fuerza, el lenguaje de la existencia. Lejos de los convencionalismos de las sociedades de los hombres, decadentes y decrépitas, lejos de las ciudades grises repletas de hombres grises preocupados en amontonar billetes de tonos grises, nuestro lenguaje adquiere un profundo sentido, el sentido de nuestra propia naturaleza, el sentido de LA naturaleza.
De repente, como aquel Sigfrido que se marchara con la sangre del dragón que acaba de matar, entendemos el canto de los pájaros. El dragón es el mundo antiguno que ha muerto. De repente tienen sentido los murmullos de la selva, y las formas que las nubes adquieren en los cielos, y el dulce balanceo de las hojas en los árboles; de repente tiene sentido el sol y el mar. Comprendemos que nosotros somos parte de toda esa fuerza profunda e insondable, es más, comprendemos que nosotros somos ESA fuerza, y que la sangre que corre por nuestras venas es del mismo color que la savia que vivifica los árboles y que el agua que riega los campos, y que ahí, en ese único liquido que son todos ellos, está el germen de la vida, de la fuerza, de la existencia, de lo que ES. Comprendemos las sonrisas de nuestros hijos, comprendemos el valor de un sentimiento, y en el culto a nuestras vivencias, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestro propio cuerpo y a sus necesidades, hallamos el equilibrio, la paz y la seguridad que allá abajo, en las calles asfaltadas, los hombres se robaban unos a otros rodeados e un mundo artificial, un mundo que no existe y envueltos en una sociedad que, realmente, es mentira.
Queremos entonces desarrollar al máximo estas vivencias. No tenemos miedo: queremos llegar al fondo de ese pozo negro, queremos expresar esa seguridad en nosotros mismos, queremos plasmar nuestros cariños, nuestras pasiones, nuestro más profundo ser... pero sólo unos pocos tienen fuerza para expresarlo con validez universal. Y a esos pocos se les llama artistas. Y en ese mundo nuevo que hemos creado, ser artista es ser sumo hacedor, es tener la capacidad expresiva de los sentimientos supremos, es expresarse al unísono con la naturaleza, es tener su fuerza y su madurez, es tener su capacidad de ser eterno. Y así el nuevo artista adquiere el carácter de los sacerdotes del mundo antiguo y la religión de los nuevos tiempos se convierte en el sentido, en el culto a la naturaleza, a nuestra naturaleza. Y su rito es el arte.
Es el canto de Brangäne del II Acto del Tristán, que estoy escuchando mientras escribo estas líneas: Esa voz (¡Hay que vigilar! ¡Hay que vigilar!) y el tono de la misma son geniales porque parece que se respiran en la noche profunda, parece que salen de nuestra propia noche, parece que surgen del bosque, que sobrevuelan por encima de las copas de sus árboles, que expresan lo más profundo de la naturaleza, lo más profundo de la naturaleza humana. La música habla de la identificación del hombre con la tierra, con el aire, con el agua, la música habla de nuestra más profunda naturaleza. Y en esa profunda aspiración a lo más profundo, Tristán se encuentra solo, cara a cara con la nada, que es la esencia del mundo, de su mundo.
Llegados a este punto, nos detenemos en nuestras meditaciones. Volvemos la cabeza hacia atrás y miramos a los que nos siguen: Siguen hablando de negocios, de dinero, de partidos políticos, de grupos de presión, de copar ministerios, de organizar operaciones financieras y nos llaman para atraernos a sus filas, despertando en nosotros la ambición del poder. Y no pueden comprender que ya no hablamos el mismo lenguaje, que los coqueteos de la juventud, que las ilusiones y el vacío subsiguiente pasaron ya, que no necesitamos ya chapas ni de distintivos que colgar en el pecho para diferenciarnos de los demás, que nuestro esquema es, ya, otro, que el sistema en general y todo su montaje ha dejado de interesarnos. En suma, que para nosotros ellos han muerto y sus ciudades no son ya sino un inmenso camposanto, y que cada piso de esos gigantescos edificios, un nicho de esos igualmente gigantescos cementerios.
La diferencia entre todos ellos se ha difuminado en una pastosa masa intermedia: las izquierdas se han unido a las derechas, los banqueros a los socialistas, los sacerdotes a los paganos, y de toda esa amalgama ha surgido un nuevo ser, el gran hipócrita, el desvergonzado hipócrita de nuestro mundo moderno. Sólo una revolución que fuese contra el sistema, sólo una revolución que trajera al nuevo hombre que ha surgido de la naturaleza, con la fuerza de la naturaleza, con la mentalidad de la naturaleza, podría interesarnos. Y esa revolución no hablaría de urnas, ni se establecería en los parlamentos, como no se desarrollaría en las ciudades: Esa revolución hablaría de arte, y nacería al aire libre, entre el cielo y el mar, en absoluta libertad.
José Tordesillas.
No se nada de este tipo, pero entendía bastante de todo.
martes, 23 de julio de 2013
Blue Valentine
Cindy: What did it feel like when you fell in love?
Gramma: Oh... oh dear, I don't think I found it
Cindy: Even with grandpa?
Gramma: Maybe a little, in the beginning. He didn't really have any regard for me as a person. You gotta be careful with that. You gotta be careful with the person you fall in love is worth it... to you.
Cindy: I never want to be like my parents. I know they must've loved each other at one time right? To just get it all out of the way before they had me. How do you trust your feelings when they can just disappear like that?
Gramma: I think the only way you can find out is to have the feeling. You're a good person. You have the right to say I do trust. I do trust myself.
_________________________________
Nunca había visto Blue Valentine, y no me destrozo el corazón, solo me mostró una realidad que ya conocía, y puso el palabras muchas cosas que ya pensaba. Es realidad pura.
No importa cuan real se sienta cuando se siente, y cuan seguro uno esté de que es para siempre, nunca hay certeza.
Y muchas veces (la mayoría) el sentimiento se va y ni siquiera estas seguro del por qué. Pero eso no quiere decir que no haya sido real y eterno mientras duró."To shoot all the beautiful stuff first, the falling in love, was like a dream. We built this castle, and we had to tear it down. But while we were tearing it down, we knew what we were losing, because we'd built it." - Ryan Gosling on Blue Valentine
viernes, 19 de julio de 2013
Un respiro.
¿Puedo llamarte ahora de repente y pedirte que me acompañes a tomar un café a algún barcito, el que te quede mas cómodo, para hablar? Necesito hablar con vos. Me da igual cual.
Quiero que haga mucho frío, así los dos vamos bien abrigados y hacemos algún comentario al pasar y casual del frío que tomamos caminando las cuadras saliendo del subte hasta llegar ahí. Y especialmente porque gracias a ese frío que tomamos antes de llegar a destino y encontrarnos, va a potenciar lo reconfortante de vernos las caras, en un lugarcito que va a ser intimo nuestro por un rato, para abrazarnos y abrigarnos mientras compartimos.
Tengo ganas de que me observes por un momento y te des cuenta que hay algo que me tiene mal, pero que no quiero indignar demasiado en eso, porque yo te llame por otra cosa.
Intercambiemos ideas, contame las cosas que tenes en mente, tus planes, riámonos de las ridiculeces que dice o sugiere la gente, capaz hasta si tenes ganas, podemos reírnos un rato de la gente que nos rodea, pero no demasiado, porque estaríamos manchando el ambiente lindo que estamos teniendo. Yo podría darte algún que otro consejo con una vista externa que pueda resultarte útil.
Después de darme ese pedacito de vos que me haga sonreír mucho, dejame que me explaye contándote todo lo que me pasa por la cabeza. Dejame empezar a hablar sin filtros, como si estuviera hablando sola, sin que me estés juzgando porque lo que planteo es obsesivo, porque mis pensamientos y mirada de las cosas es demasiado intensa y... Esa tendencia que tengo a sobre analizar las cosas cuando son pelotudeces, que no me juzgues por idealizar o alucinar cosas. Que me dejes ser, entendiéndome, o al menos intentándolo. Sin que yo este preocupándome por lo que te pasa por la cabeza mientras hablo, sin preocuparme por aburrirte, sin esforzarme demasiado.
Después de contarte todo seguramente respire hondo y dramatice las cosas, diciéndote que estoy agotada de todo y que me quiero ir. Que necesito escaparme un rato.
Vos me vas a sonreír y me vas a decir que me sigo quejando, sigo repitiendo lo mismo, pero que al final sigo haciendo nada y que deje de decir si no voy a hacer. Que todo lo que necesito en la teória, sobre de los miedos y prepararme mentalmente, ya lo estudie por demasiado tiempo. Que solo me falta ese paso, el mas importante, la practica. Yo te voy a dar la razón, aunque me moleste que me encasilles y me metas en la bolsa de toda la gente que habla y no hace, pero confiando que en el fondo sabes que no soy así. Vas a hacer algún que otro comentario sobre todo lo que te conté, plantándome como semillas ideas en la cabeza que me guardo para trabajarlas en el viaje de vuelta.
Nos pararíamos, porque eventualmente habría que volver a la vida real. Te daría el abrazo mas sincero del mundo, relajándome un ultimo minuto mas. Te agradecería por existir, y nos despediríamos hasta algún próximo encuentro eventual. Yo me iría caminando con el frío que me pegaría como una trompada, pero con una sonrisa en la cara y sintiéndome 20 kilos mas liviana.
No pido mas.
Quiero que haga mucho frío, así los dos vamos bien abrigados y hacemos algún comentario al pasar y casual del frío que tomamos caminando las cuadras saliendo del subte hasta llegar ahí. Y especialmente porque gracias a ese frío que tomamos antes de llegar a destino y encontrarnos, va a potenciar lo reconfortante de vernos las caras, en un lugarcito que va a ser intimo nuestro por un rato, para abrazarnos y abrigarnos mientras compartimos.
Tengo ganas de que me observes por un momento y te des cuenta que hay algo que me tiene mal, pero que no quiero indignar demasiado en eso, porque yo te llame por otra cosa.
Intercambiemos ideas, contame las cosas que tenes en mente, tus planes, riámonos de las ridiculeces que dice o sugiere la gente, capaz hasta si tenes ganas, podemos reírnos un rato de la gente que nos rodea, pero no demasiado, porque estaríamos manchando el ambiente lindo que estamos teniendo. Yo podría darte algún que otro consejo con una vista externa que pueda resultarte útil.
Después de darme ese pedacito de vos que me haga sonreír mucho, dejame que me explaye contándote todo lo que me pasa por la cabeza. Dejame empezar a hablar sin filtros, como si estuviera hablando sola, sin que me estés juzgando porque lo que planteo es obsesivo, porque mis pensamientos y mirada de las cosas es demasiado intensa y... Esa tendencia que tengo a sobre analizar las cosas cuando son pelotudeces, que no me juzgues por idealizar o alucinar cosas. Que me dejes ser, entendiéndome, o al menos intentándolo. Sin que yo este preocupándome por lo que te pasa por la cabeza mientras hablo, sin preocuparme por aburrirte, sin esforzarme demasiado.
Después de contarte todo seguramente respire hondo y dramatice las cosas, diciéndote que estoy agotada de todo y que me quiero ir. Que necesito escaparme un rato.
Vos me vas a sonreír y me vas a decir que me sigo quejando, sigo repitiendo lo mismo, pero que al final sigo haciendo nada y que deje de decir si no voy a hacer. Que todo lo que necesito en la teória, sobre de los miedos y prepararme mentalmente, ya lo estudie por demasiado tiempo. Que solo me falta ese paso, el mas importante, la practica. Yo te voy a dar la razón, aunque me moleste que me encasilles y me metas en la bolsa de toda la gente que habla y no hace, pero confiando que en el fondo sabes que no soy así. Vas a hacer algún que otro comentario sobre todo lo que te conté, plantándome como semillas ideas en la cabeza que me guardo para trabajarlas en el viaje de vuelta.
Nos pararíamos, porque eventualmente habría que volver a la vida real. Te daría el abrazo mas sincero del mundo, relajándome un ultimo minuto mas. Te agradecería por existir, y nos despediríamos hasta algún próximo encuentro eventual. Yo me iría caminando con el frío que me pegaría como una trompada, pero con una sonrisa en la cara y sintiéndome 20 kilos mas liviana.
No pido mas.
viernes, 12 de julio de 2013
Sal con una chica que lee
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
-Charles Warnke.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
-Charles Warnke.
miércoles, 19 de junio de 2013
Looking for Alaska, II
Soy la única boluda que piensa que toda nuestra colección de preguntas que no nos podemos responder, vamos a encontrar la respuesta una vez muertos? Esto lo pienso desde que tengo uso de razón, desde chiquitita. Si me gustaba mucho un chico y sabia que nunca iba a pasar nada, me preguntaba, "me encantaría saber como me ve, o si le gusto o si alguna vez le guste de verdad." Y me respondía sola, "Supongo que una vez que me muerta lo voy a saber" Como si en algún espacio surreal pueda ver todo desde arriba y tenga ahí las respuestas, o una vez muerta, automáticamente se vuelvan parte de mi conocimiento, o venga alguien o algo a contestármelas una por una.
Y si no existe nada de eso? Y si nunca vamos a tener las respuestas a nuestra colección de preguntas? Vamos a sentirnos vacíos? Nos vamos a ir sin nada? Dejan de tener importancia y nos llenamos de paz sabiendo que, de alguna manera, son irrelevantes? Como se sigue después de eso?
Soy la única boluda que se sostiene a algo tan irreal y fantástico como eso? Me vuelve una persona ignorante o esperanzada? Así como también soy la boluda que cuando ve que se le va el bondi en la cara piensa que capaz justo ese bondi no se tenia que tomar porque algo iba a pasarle, y por tiempos había que tomarse otro, cuando capaz es solo mala leche o capaz hasta en ese bondi que se te fue te podías sentar, y en el que viene no. O capaz es solo mala leche y en ese no te podías sentar pero en el que viene si vas a poder. Me vuelve una persona pelotuda o optimista?
También capaz soy la única pelotuda que piensa que si algo no se da en vez de pensar que hice algo mal, pienso que "Si no se dio es porque no se tenia que dar, si se tiene que dar, en algún momento, de alguna forma, se dará" Me vuelve una persona sabia o una persona horriblemente conformista? Cual es el balance exacto para tener la movilidad de hacer lo que corresponde pero no obsesionarse ni llenarse de bronca cuando no sale? En que hay que creer?
“I never liked writing concluding paragraphs to papers—where you just repeat what you’ve already said with phrases like 'In summation,' and 'To conclude.' I didn’t do that—instead I talked about why I thought it was an important question. People, I thought, wanted security. They couldn’t bear the idea of death being a big black nothing, couldn’t bear the thought of their loved ones not existing, and couldn’t even imagine themselves not existing. I finally decided that people believed in an afterlife because they couldn’t bear not to.”
Y si no existe nada de eso? Y si nunca vamos a tener las respuestas a nuestra colección de preguntas? Vamos a sentirnos vacíos? Nos vamos a ir sin nada? Dejan de tener importancia y nos llenamos de paz sabiendo que, de alguna manera, son irrelevantes? Como se sigue después de eso?
Soy la única boluda que se sostiene a algo tan irreal y fantástico como eso? Me vuelve una persona ignorante o esperanzada? Así como también soy la boluda que cuando ve que se le va el bondi en la cara piensa que capaz justo ese bondi no se tenia que tomar porque algo iba a pasarle, y por tiempos había que tomarse otro, cuando capaz es solo mala leche o capaz hasta en ese bondi que se te fue te podías sentar, y en el que viene no. O capaz es solo mala leche y en ese no te podías sentar pero en el que viene si vas a poder. Me vuelve una persona pelotuda o optimista?
También capaz soy la única pelotuda que piensa que si algo no se da en vez de pensar que hice algo mal, pienso que "Si no se dio es porque no se tenia que dar, si se tiene que dar, en algún momento, de alguna forma, se dará" Me vuelve una persona sabia o una persona horriblemente conformista? Cual es el balance exacto para tener la movilidad de hacer lo que corresponde pero no obsesionarse ni llenarse de bronca cuando no sale? En que hay que creer?
“I never liked writing concluding paragraphs to papers—where you just repeat what you’ve already said with phrases like 'In summation,' and 'To conclude.' I didn’t do that—instead I talked about why I thought it was an important question. People, I thought, wanted security. They couldn’t bear the idea of death being a big black nothing, couldn’t bear the thought of their loved ones not existing, and couldn’t even imagine themselves not existing. I finally decided that people believed in an afterlife because they couldn’t bear not to.”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)